36-JORGEADA
CORRIENDO DE ZARAGOZA A HUESCA
Javier Sanmartín Soler


La primera ultra trail que conseguí terminar era una carrera que discurre entre las ciudades de Zaragoza y Huesca. Anteriormente ya había probado correr alguna carreras ultra para probarme y aunque no conseguí terminarlas por falta de experiencia y de confianza en mis posibilidades no se me dieron mal.
Corría el año 2012 concretamente el mes de Abril. Cada 23 de Abril se conmemora la leyenda en la que “San Jorge” mató al dragón con su espada y se celebra una andada popular entre otros actos ya que es una festividad importante en todo Aragón. La prueba se realiza todos los años en Zaragoza y parte desde la Plaza del Pilar y termina en la ermita de San Jorge en Huesca con un recorrido total de 76 kilómetros. Existen otros recorridos alternativos de 18, 28, 46 y 57 Km dependiendo de la condición física de cada uno. La mayoría de la gente que se inscribía realizaba estas distancias andando.
Pero la novedad de ese año fue que por primera vez se podía realizar el recorrido corriendo, aunque tuviera carácter no competitivo, no hubiera clasificación final y mucho menos trofeos. Sin dudarlo me apunté al recorrido completo ya que resultaba más suculento para mis expectativas.
Unos días antes estudié el trazado del recorrido y el perfil. Se corría por asfalto, por caminos de tierra y por el monte. El desnivel no parecía preocupante (las típicas subidas y bajadas que muchos caminos tienen sin que presentaran ningún problema fuera de lo habitual). También me preparé en lo referente a la alimentación lo que debía tomar el día de la carrera y me aprovisioné de unos cuantos geles y barritas energéticas.
Llegó el día de la prueba. La carrera comenzaba a las 00:00 para los que hacíamos el trazado completo corriendo y dos horas antes de la media noche, a las 22:00 comenzaban los “caminantes” que igualmente realizaban el recorrido de 76 km. Salí de casa sobre las 23:20 horas, no quería llegar ni demasiado pronto ni demasiado tarde. Tenía que caminar unos cuatro kilómetros hasta llegar a la salida. Era una noche fría y refrescaba, no había casi nadie por la calle y yo me sentía como un bicho raro vestido inapropiadamente para ir por la ciudad a esas horas. Llevaba unas mallas largas, una camiseta térmica, un cortaviento, una gorra, una pequeña mochila atada a mi cintura con todo lo que me hacía falta durante la prueba, otra mochila para cambiarme de ropa después de la carrera y mis zapatillas.
Con cada paso que daba me iba convenciendo de que debía volver a casa y que no era una buena idea seguir. Que necesidad tenía de estar allí pasando frío con lo a gusto que podía estar en casa caliente y descansando. Si volvía a casa pensé que nadie me reprocharía nada y al día siguiente podría seguir entrenando como si nada hubiera pasado.
Conscientemente me dejé invadir por un sentimiento de pereza y desánimo y tirar la toalla era lo más sencillo. La verdad es que casi estuve convencido de dar media vuelta. El único problema era que yo no soy de las personas que se rajan a las primeras de cambio y no me iba a rendir sin sufrir por lo menos un poco. Empecé a pensar en todo lo que me había supuesto preparar una carrera de tal magnitud. Horas de entrenamiento, sacrificios personales, soledad, compatibilizar trabajo, familia y entrenos, etc... Todo eso me hizo pensar y me recordó porque estaba allí.
Ese era mi momento por lo menos para demostrarme a mí mismo si de verdad era capaz de realizar lo que muchas personas ni siquiera se plantearían hacer a lo largo de toda la vida. Seguí caminando y cuando llegué a la línea de salida faltaban unos minutos para el comienzo de la carrera. Entregué la mochila a la organización, me coloqué el dorsal y nos hicieron una foto antes de salir. Éramos 31 corredores inscritos.
Estaba en la Plaza del Pilar, he estado allí muchas veces desde que era pequeño y la he visto de todas las maneras posibles. Pero esa vez fue diferente.
Era de noche y el Pilar parecía que estaba durmiendo. Una luz lo iluminaba tenuemente, no había más gente que no fuera la de la carrera en la plaza y se podía notar el silencio. Miré hacia arriba para observarlo y me sentí pequeño ante la altura del monumento. Estuve embelesado unos segundos observando y todavía lo recuerdo, ya que almacené la estampa en el disco duro de mi memoria.
El reloj marcó las doce y con la primera campanada se inició la carrera. Tenía por delante 18 horas que la organización daba para completar la prueba. El tiempo era generoso ya que estaba calculado para la gente que realizaba el trayecto andando y la pregunta que yo personalmente me hacía, era “¿cuanto tiempo me costaría hacerlo corriendo?”.
Salimos de la plaza cuando terminaron las campanadas y atravesamos el “Puente de Piedra”, ya que teníamos que salir de la ciudad en dirección a la carretera de Huesca. Pasé justo por la puerta de la casa de un amigo. No había luces encendidas por lo que deduje que ya se había acostado. Atravesamos la ciudad relativamente pronto ya que apenas había tráfico. Tres personas se pusieron a la cabeza de la carrera e impusieron el ritmo. Yo me quedé un poco más atrasado siguiendo a el grueso del grupo. Por detrás ya había gente que se había quedado descolgada.
Luego pasé cerca de la casa de un compañero de trabajo y sentí la tentación de visitarlo. Era mi última posibilidad de renunciar a las comodidades y al confort. Sonreí levemente y seguí corriendo. Salimos de los límites de la ciudad después de recorrer unos cinco kilómetros. La gente empezó a encender la luz de sus linternas frontales. Yo esperé unos kilómetros más ya que corría en el centro de un grupo de unas ocho personas, en el que la mayoría ya habían encendido sus luces y se veía de sobras.
Algunos corredores que se conocían hablaban y comentaban cosas animadamente. Yo no conocía a nadie, por lo que decidí estar callado concentrado en el ritmo que llevábamos mientras ahorraba energías. Poco a poco la oscuridad y la soledad se hicieron dueñas de la carrera.
Las carreteras bien iluminadas se convirtieron en caminos polvorientos sutilmente alumbrados por la luz de la luna y de los pequeños frontales. Los corredores se habían dispersado y la carrera se había estirado. Cuando llevábamos apenas 16 kilómetros de carrera cada uno llevaba su ritmo y prácticamente corríamos solos.
En un momento dado no me fijé en la señalización de un cruce de caminos y me perdí. No fue un caso aislado, si no te fijabas al pasar por alguna bifurcación y no veías las señales de balizamiento que la organización había colocado (que consistían en una pequeña cinta atada que señalaba la dirección correcta), no era complicado perderse. Además la oscuridad tampoco es que ayudara mucho.
Lo cierto es que tuve que volver al cruce para encontrar la dirección correcta. A partir de ahí estuve más pendiente de los cruces y no me volvió a pasar. Corrí un par de kilómetros más gratuitamente. Al terminar la carrera me enteré de que lo normal fue perderse en algún cruce y que dos persona estuvieron corriendo perdidas treinta minutos de más.
Sobre el kilómetro 20 empecé a pasar con cierta frecuencia a gente que realizaba la carrera andando y que habían salido dos horas antes que yo. Me distraje pasándolos hasta la llegada del primer avituallamiento importante en el kilómetro 28. El avituallamiento estaba bastante bien organizado en el pabellón municipal de Zuera. En el había gente sentada en sillas descansando, cambiándose de ropa, charlando, comiendo y bebiendo para reponer energías.
La mayoría eran “caminantes”. Dudo mucho que cuando yo llegué hubiera más de cinco corredores que pude localizar casi inmediatamente. No sabía exactamente en que puesto de la carrera iba, pero calculé que sobre el 8º (unos cinco corredores que estaban en el pabellón y tres más que apenas habrían parado). Antes de perderme tenía mas o menos controlada la posición en la que iba, pero los minutos que perdí y que me retrasaron me desorientaron con respecto a este tema. Además solamente era una estimación para distraerme.
En un lateral del pabellón habían colocado una barra con todo tipo de comida y bebida que requería la ocasión y los voluntarios se encargaban de ayudar en lo que hiciera falta. Comí de todo un poco, dulce, salado, bebí agua y me lleve un puñado de frutos secos para el camino. Estuve parado a penas unos minutos, lo suficiente para descansar un poco y reponerme. Después me alejé del pueblo para volver a adentrarme en la oscuridad y la soledad de la noche.
En este tipo de carreras lo aconsejable es dividirlas por tramos. Es una manera de engañar a la mente. La idea es hacerla poco a poco. No puedes pensar que eres capaz de correr distancias grandes porque a veces es posible que la distancia te abrume y no lo consigas. Es mejor ir paso a paso, marcándote objetivos más realistas y factibles. Por ejemplo para correr 30 km es mejor pensar en que puedes hacerlo corriendo tres veces un tramos de 10 kilómetros. Es lo mismo, pero en realidad no es lo mismo.
En el primer tramo de una prueba uno apenas se da cuenta de que lo corre porque al principio el cuerpo está fresco y digamos que va fino. El segundo tramo el cuerpo empieza a notar el cansancio y empiezan a aparecer los problemas. Cuando generalmente esto sucede ya hemos llegado a los 2/3 de la carrera que es más de la mitad y ya hemos terminado el segundo tramo. Normalmente al llegar a este punto se experimenta una sensación de bienestar al haber realizado el trabajo correctamente y esto nos da una energía renovada para continuar. En el tercer tramo hay que echar el resto y acabar. Es mejor terminar la prueba y descansar, que rendirse y sufrir en exceso. Pero a veces también toca sufrir.
Mi segundo tramo de carrera paso sin pena ni gloria, llevaba un ritmo cómodo que podía aguantar bien sin esforzarme en exceso. Sabía que me tenía que dosificarme y no quería arriesgarme con ritmos elevados. Solo quería terminar la prueba en el puesto que fuese pero sin parar de correr. Esa era mi pretensión.
El cielo estaba completamente despejado y lleno de estrellas. A veces apagaba la luz del frontal ya que había tramos en los que podía correr tranquilamente por caminos a oscuras con la luz que proyectaba la luna. Corría por caminos de tierra, por el arcén de la carretera, volví a los caminos, subida por aquí, bajada por allá. Podía inspirar el aire perfectamente ya que la temperatura era fresca.
A los 40 kilómetros decidí escuchar música colocándome un auricular en un oído para distraerme un rato y no pensar en exceso. Cada vez que veía una luz roja moviéndose en el camino sabía que había otros participantes de la prueba en las cercanías ya que la organización exigía llevar una a la espalda para señalizar la posición durante la noche. Apretaba el ritmo un poco para ver lo que tardaba en absorberlo y también me fijaba si eran corredores. Pase a un par de ellos, alguno ya iba andando. Antes de llegar a Almudevar a unos 6 kilómetros apareció la niebla. La temperatura bajó unos grados y necesitaba reponer energías. Me estaba empezando a sentir espeso por las horas de esfuerzo.
Entonces encontré a otro corredor que llevaba un ritmo parecido al mío y sin hablar apenas, cada uno pensando en sus cosas, comenzamos a correr juntos. Llegamos a Almudevar al campo de fútbol donde se hallaba otro avituallamiento importante. También era el final de mi segundo tramo en el kilómetro 57. Al entrar al bar del campo de fútbol se podía notar la agradable temperatura que había en el interior. No había mucha gente y se notaba que se estaban preparando para que pasaran por aquel lugar cientos de personas ya que estaban preparando las cosas a destajo. Se trataba del último avituallamiento importante ya que había otros de menor relevancia, antes de afrontar la recta final de la prueba. En este avituallamiento además se podía descansar y la organización te facilitaba la mochila con tu equipo para cambiarte, tomarte algún suplemento, etc...
Lo cierto es que ese avituallamiento estaba diseñado especialmente para que la gente que realizaba la andada desayunara y no estaba del todo pensado para los corredores. Pero en general todos los avituallamientos estaban muy bien, tenías de todo y variado (alimentos y bebidas). En este avituallamiento además había algo inusual. Una sorpresa que consistía en que se pusieron a asar panceta. Más tarde iban a asar longanizas, chorizos... pero cuando yo pasé el plato estrella era la panceta.
En ese momento yo ya estaba saturado de tanto gel energético y dulces y mi cuerpo ya empezaba a quejarse. Oler la panceta asada fue como cumplir un deseo y me entraron ganas en ese momento de comer salado. Empecé a mirar a la panceta con deseo. La persona que la estaba haciendo se percató rápidamente de como miraba (debía parecer un perrillo en el escaparate de una charcutería) y me ofreció si quería comerme un bocadillo.
No me hubiera comido uno me hubiera comido cinco pero si hubiera caído en la tentación la carrera se habría acabado para mi. Así que decline su oferta con amabilidad. Pero seguidamente le dije que con un par de trozos y con algo de pan me conformaba.
Permanecí en el bar un total de unos cinco minutos descansando y recuperándome para afrontar el tramo final. Alguien de la organización comentó que aún no había pasado casi nadie corriendo por aquel lugar y nos insinuó que íbamos alrededor de los cinco primeros puestos en la carrera.
Salimos del bar juntos otra vez los dos corredores cuando empezó a llegar al avituallamiento algún corredor más. Aún no había amanecido pero ya no había niebla. Ahora tocaban cuestas, no eran muy prolongadas pero si constantes. Cuando llevábamos unos kilómetros tuve que aflojar el ritmo e incluso tuve que andar un rato (6 minutos) porque estaba cansado. En ese lapso de tiempo mi compañero había desaparecido en el horizonte y algún corredor más me adelantó.
Al recobrar las fuerzas empezó el trazado más técnico de la prueba. Durante unos 4 kilómetros se corría por montes no muy altos pero llenos de vegetación y no existía ningún tipo de camino por lo que pisar no era una tarea sencilla. En ese momento ya había amanecido y se veía con claridad pero tenías que estar pendiente de cada paso que dabas. El terreno era irregular, estaba húmedo, con piedras sueltas, charcos y lleno de maleza. Si apoyabas mal el pie te podías jugar una rotura. Afortunadamente mis tobillos son flexibles y duros pero algún que otro susto me llevé.
Recorté la distancia que me había sacado el corredor que anteriormente me había pasado, ya que ahora llevaba un ritmo más prudente y lo adelanté. Yo iba desatado en ese terreno y sobrepasé a algunos corredores más. Cuando me quise dar cuenta a lo lejos ya se podía ver la ciudad de Huesca. Pasé por un avituallamiento en el que estaba la bebida embalada y los voluntarios aún no habían llegado ya que era temprano. Esto me dio mayores expectativas y pensé que no lo estaba haciendo tan mal por lo que recuperé mi ritmo de carrera y mi confianza.
El corredor que me había acompañado en una parte de la carrera se recuperó y apareció detrás mío, así que decidimos llegar a la ciudad juntos. Luego ya veríamos que pasaba. Faltaban unos 5 kilómetros para llegar a la meta y yo estaba literalmente “reventado”, me comenzaba a doler todo y ya no me encontraba del todo cómodo corriendo. Pero no dejé de hacerlo, estaba tan cerca de acabar que no merecía la pena descansar más. Miré de reojo la hora, eran casi las ocho de la mañana lucía el sol y podía sentir como se empezaba a calentar mi cansado cuerpo.
Mi compañero también parecía estar al límite pero tampoco daba su brazo a torcer y seguía corriendo a mi lado. Charlamos un poco para que se nos hiciera un poco más ameno y cuando quisimos darnos cuenta estábamos entrando prácticamente por la ciudad. Recuerdo que sentí que regresaba a la comodidad de la civilización. Asfalto, aceras, farolas, semáforos y rotondas estaban allí para recibirnos en silencio. La ciudad estaba despertando, no había apenas gente por la calle caminando y los coches circulaban esporádicamente con tranquilidad.
Pasamos junto al Hospital, la ermita no estaba muy lejos de allí y supuse que la meta se encontraba muy cerca. Empecé a subir el ritmo y noté que mi compañero se quedaba atrás porque ya no tenía fuerzas para un último cambio de ritmo. Yo seguí corriendo y terminé esprintando la carrera en cuesta hasta llegar al ansiado lugar que se encontraba en la cima de un pequeño montículo. Cuando llegué a la ermita solo había dos personas esperando junto a la puerta.
Se trataba de dos corredores que habían llegado antes que yo. Uno comentó extrañado que había llegado el primero al lugar hacía una hora y que no había llegado nadie de la organización, mientras el otro corredor permanecía sentado en cuclillas en silencio. En ese momento se acercó un señor mayor que estaba dando un paseo por la zona y nos dijo que había visto a la gente que organizaba la carrera junto al pabellón deportivo y que estaban a unos 300 metros desde nuestra posición señalándonos la dirección por donde debíamos ir. Tuvimos que ponernos en marcha otra vez y corriendo llegamos al punto que nos habían indicado atravesando un pinar.
Cuando llegamos al pabellón recuerdo que estaban empezando a inflar el arco de meta con un compresor. Ninguno pudimos cruzarlo y yo me conformé con pasar a su lado. Miré a mi reloj y eran las 08:33 h de la mañana. En el lugar estaban tres personas de la organización empezando a organizar todo el material para cuando llegara el grueso de la gente y permanecían atareados con todos los preparativos. A lo largo de la jornada pasarían unas 400 personas y tenían que preparar muchas cosas ya que el punto fuerte del día incluía una comida multitudinaria.
Finalmente no hubo arco de meta, ni reloj que marcara el tiempo empleado en la carrera, ni una calurosa ovación y por no haber no había ni gente. Pero daba igual estaba feliz y completamente satisfecho conmigo mismo. La gente de la organización nos saludó amistosamente y nos facilitaron las mochilas para poder cambiarnos, nos indicaron donde nos podíamos duchar y nos ofrecieron lo que quisiéramos tomar que aun estaba aún precintado. A las 09:00 ya estaba duchado, cambiado y totalmente relajado. Me sobraban 9 horas más que la organización daba aún para terminar la prueba. La satisfacción que sentí al acabar la carrera me duró varios días.
Al año siguiente volví a repetir la misma carrera. Tenía el mismo trazado y la misma organización. La única diferencia era una luz de color morado que los corredores debían llevar a la espalda en vez de la roja que llevaban los que realizaban el trayecto andando. La verdad que de esta manera resultó más interesante.
Había más de 45 personas apuntadas para realizar la prueba de 76 Km corriendo. La carrera resultó ser más cómoda que el año anterior ya que el trazado me resultaba conocido y las sensaciones ya me eran familiares. Conseguí acabarla en 7 horas y treinta minutos, 1 hora y 3 minutos menos que el año anterior. En esa ocasión quedé en la octava posición y por lo menos pude atravesar la línea de meta al finalizar la carrera.