288-MI UNIVERSO. SECUELAS

QUE LOCO QUE ESTOY

Javier Sanmartín Soler

Ya llevaba casi 8 años viviendo solo y no me podía quejar. Me había costado un tiempo volver a tener mi paz interior pero ya la tenía. Vivía sin complicaciones ni apuros ya que tenía todo lo que podía querer y me organizaba bien. Estar solo no era ninguna deshonra, mejor solo que estar mal acompañado. Además no había hecho nada malo para sentir vergüenza y por eso no tenía remordimientos. No era la misma persona que años atrás. Pero tampoco había cambiado mucho. Mi esencia era la misma pero había pequeños cambios que se habían producido. Así se aprende y evoluciona.

Mis relaciones sociales eran casi inexistente pero era porque yo quería que siguiesen siendo así. Me había vuelto mucho más prudente y no me relacionaba con tanta gente como lo hacía tiempo atrás. Mi hija dependía de mi y no me apetecía perder el tiempo. No hacía nada por salir y conocer gente nueva, estaba bien así.

De los únicos que dependía eran de mis padres para que llevasen a Mara al colegio cuando yo trabajaba de mañanas. También los necesitaba cuando Mara tenía fiesta y yo tenía que trabajar. El verano era mi tía la que se encargaba más de ella cuando estábamos de vacaciones en el pueblo pero daba poco trabajo. El resto de tiempo me las apañaba bien para encargarme de Mara. Ella se adaptaba bien y siempre estaba bien atendida. Para mi eso era lo importante.

Cuando tenía a Mara todo giraba en torno a ella e intentaba complacerla. Ella era la dueña y señora del castillo y la semana giraba en torno a ella. Estaba en la edad de disfrutar y yo le consentía todo lo que podía. Pero hasta cierto punto ya que no quería criar un monstruo. Me esforzaba para que estuviese a gusto. Cualquier evento social que tenía no tenía problemas en llevarla e intentaba que se relacionase con sus amigos. Ella no tenía dificultades ya que era bastante sociable y la gente la apreciaba. Que fuese así me alegraba puesto que yo a sus años también era igual.

Las semanas que no tenía a Mara eran completamente diferentes. Era como pasar del blanco al negro y me volvía más “Grinch”. Si no tenía a Mara mi vida se reducía a trabajar y a entrenar. Esos días apenas me relacionaba con nadie. Pero que hiciese eso no significaba que no aprovechase el tiempo. El caso era que estaba bien. No me importaba estar solo, me había acostumbrado. Hacía ya años que había hecho una criba en cuanto a personas tóxicas o que no me aportaban nada y ya habían desaparecido. Desde ese día me había vuelto más solitario.

Era el peaje que tenía que pagar para estar bien conmigo y no me importaba. Simplemente la aceptaba y no tenía problemas en reconocerlo. Pero tampoco considero que fuese algo excesivamente malo. De las malas experiencias hay que aprender. Con el tiempo la gente borra de su mente estas cosas o las sustituye por otras. Yo simplemente las había dejado de lado pero seguían presentes. No me molestaban ni me impedían avanzar, pero estaban ahí a modo de advertencia. Eran un recordatorio para seguir con prudencia y cautela.

En general desconfiaba de la gente que no conocía, pero tampoco era apático o huía si tenía que hablar. Era algo superficial y sutil. Tampoco era una tara o algo que me quitase el sueño. En la escala de trastornos supongo que sería un uno o dos sobre diez para reflejar mi nivel de taras. Supongo que me estaba haciendo mayor y poco a poco iba arrastrando manías. Mi afecto y cariño estaban limitados a pocas personas.

Sin embargo, las motos acapararon parte de la falta de atención que prestaba a las personas y ellas gozaban de mi simpatía. Era algo inexplicable, pero para mi tenía sentido. Al separarme me quedé económicamente hundido y sin nada. El único vehículo que me conservé fue la moto Kawasaki que estaba a mi nombre.

Por eso para mi representaba el comienzo y el final de un ciclo y no me quería deshacer de ella. Le tenía cierta estima. Era una moto buena, fiable que no me dio excesivos problemas. Con ella volví a recuperar el placer de desplazarme y hacer lo que me gustaba. Estaba en una isla y disfrutaba solo con el mero hecho de usarla para ir a trabajar. Durante dos años la utilicé y ella no me dejó tirado como lo habían hecho ciertas personas. Desde entonces había desarrollado cierto apego a las motos y me costaba desprenderme de ellas. Me relajaban y las coleccionaba.