261-MI UNIVERSO. LAS ZANCADILLAS
PASE LO PASE HAY QUE AVANZAR
Javier Sanmartín Soler


Todos los días quería correr y lo que menos corría era una hora. Eso era sencillo, pero si quería correr más tiempo la cosa se complicaba. En el transcurso del año había corrido en ocasiones enfermo o lesionado y no era lo recomendable. Pero era porque no quería tirar por tierra todo el trabajo que llevaba.
Me encontraba bien y disfrutaba. No podía parar. A finales de septiembre de 2022 llevaba cinco mil kilómetros recorridos y mi intención era terminar el año lo más cerca posible de los siete mil. Pero no iba a ser tan sencillo, puesto que tenía varias cosas en contra. Podía enfermar, lesionarme, podía surgir un imprevisto, un accidente... que se yo, podía pasar cualquier cosa y en un momento podría dejar de correr.
Siempre existía algún riesgo. Sin saberlo podía estar en el filo de una navaja pero de momento quería pensar que tenía suerte. No tenía una bola de cristal en la que viese mi futuro. Pero tampoco me iba a quedar quieto sin hacer nada esperando que cualquier desgracia me alcanzara. No soy así y no contemplaba lesionarme.
Vivía de poco en poco y al final todo sumaba. Era como una abejita atareada que iba de un lado a otro, sin meterme con nadie y con el tiempo justo. Disfrutaba de una existencia tranquila y sin sobresaltos, pero siendo consciente de que eso podía cambiar rápidamente. Como se dice: ”Si quieres la paz prepárate para la guerra”, por lo que estaba preparado para ambas cosas.
Mis semanas se asemejaban a correr una carrera de obstáculos. Lo normal era encontrarme con vallas que saltaba sin problema. Tenía que comprar, limpiar, llevar el coche al taller, renovar documentos, ir al banco, montar un mueble, etc... Hacer las tareas me quitaba tiempo para entrenar pero las tenía que hacer. Una semana saltaba un par de vallas y a la siguiente tenía muchas más esperando. Pero siempre cumplía y conseguía llegar a la meta. El secreto era avanzar sin estancarme y las semanas pasaban.
Solo había un par de días al año en los que sentía que el universo se alineaba para que yo no lograse mi propósito. Aun así avanzaba como una tortuga y continuaba con mi camino. Por suerte solo eran días contados. No importaba las zancadillas, los obstáculos y los impedimentos que pudiese encontrarme puesto que sabía con certeza que los iba a sortear. No rehuía de mis tareas y las aceptaba, aunque me fastidiase hacerlas. Al final sin darme cuenta todo eso me convertía en una persona constante, responsable y segura.
La mayoría de las personas con las que me relacionaba también se esforzaban con esa intensidad o incluso mayor que la mía. Lo que nos diferenciaba eran los objetivos.