218-MI UNIVERSO. RIZAR EL RIZO

EL CAMINO A SEGUIR

Javier Sanmartín Soler

Era una pasada la capacidad que tenía el cuerpo para adaptarse al esfuerzo. Cuando corría dos horas y me habituaba me pedía tres. Luego en cuanto me acostumbraba me pedía cuatro. Lo único que hacía era intentar progresar sin forzar en exceso el organismo. Cuanto más exigía mayor era el precio que tenía que pagar en cuanto a la alimentación y al descanso. Pero tengo que decir que era bastante sencillo contentar a mi cuerpo.

Si entrenaba más de la cuenta solo tenía que comer un poco más y descansar por lo menos siete horas. Si corría por la mañana y luego por la tarde, me tenía que echar una siesta después de comer. Yo mismo notaba si tenía más hambre a la hora de comer o más sueño a la hora de dormir. Si cumplía con eso de un día para otro estaba totalmente recuperado para poder seguir entrenando.

Por suerte también contaba con que en mi jornada de trabajo por mucho jaleo que tuviese como no era un trabajo físico, disponía de tiempo para relajarme, descansar, recuperarme y desconectar si había entrenado antes. Eso también me ayudaba.

Siempre hacía caso de lo que mi cuerpo pedía. Si un día que salía a correr y tenía que hacer 20 Km, si por lo que fuese no estaba inspirado o no tenía motivación, entrenaba un rato y luego regresaba a casa. No era lo habitual puesto que cada día disfrutaba, pero muy de vez en cuando podía suceder. Pero al día siguiente corría lo previsto y además recuperaba lo que no había corrido el día anterior.

El asunto era siempre ir progresando, siempre exigir un poco más, otro entrenamiento, otra carrera... intentaba alcanzar la perfección, aunque era consciente de que era imposible. Si una semana había corrido X Km, la siguiente tenía que ser X más 20, la tercera semana recuperaba un poco y si la cuarta semana tenía fuerzas (pero sobre todo tiempo) hacía muchos más kilómetros. Al final todo esto contribuía para que cada mes aumentase la carga de trabajo y eso era exactamente lo que tenía que hacer de cara a la carrera.

Los meses previos intentaba simular las condiciones que me podía encontrar el día de la prueba y entrenaba las cuestas, corría con peso en la espalda, hacía algún entrenamiento largo sin beber, corría cuando hacía bastante sol, cuando llovía, etc...

Además en cuanto disponía de algo más de tiempo intentaba rebasar mis propios récords. Hacer eso a corto plazo también me mantenía distraído. Se trataba de estar entretenido y poder compatibilizar todo (trabajo, amigos, familia y obligaciones).

De momento con ciertas dificultades podía con eso, pero también tenía que renunciar a ciertas cosas. Si no lo hacía era imposible llevar la vida que llevaba. Mi universo era pequeño y se reducía a pocas cosas, pero funcionaba bien gracias a la armonía y al equilibrio.

A la hora de entrenar cualquier cosa sencilla a veces podía complicarse. Todo tenía un precio y no podía tenerlo todo. Si quedaba para cenar tenía que cuidar de no acostarme tarde para descansar lo suficiente. Por lo que cuando quedaba lo tenía que programar con antelación. Pero si surgía algo de imprevisto como tomar un café con un amigo también hacía lo posible por tomarlo. Lo que no hacía era perder el tiempo con gente que no mereciese la pena. Mi tiempo era oro y cada día necesitaba más tiempo para entrenar y descansar.

Siempre estaba haciendo malabares, era como lanzar pelotas al aire y no me conformaba con algo sencillo. Por lo menos lo hacía con doce y en cuanto podía incrementaba la dificultad (con una mano, levantaba un pie, con los ojos vendados...) buscando continuamente el límite.

Era sacrificado puesto que prácticamente todo mi tiempo de ocio lo dedicaba solo a un único fin, Pero las cosas tenían que ser así puesto que el objetivo que me había marcado era de una exigencia elevada y para tener alguna posibilidad de acabar esos eran los pasos que tenía que seguir. De momento tenía que seguir mi intuición para aumentar mis probabilidades. Pese a todo lo dicho estaba contento, era feliz y disfrutaba de cada día todo lo que podía.