166-EL ORIGEN. MAS VENENO

MEJOR QUE NO ME MUERDA LA LENGUA

Javier Sanmartín Soler

Ya iba camino de los 2 años desde que me quedé solo y la verdad es que no lo llevaba mal. Pero por mucho tiempo que pasase había una cosa a la que no me podía acostumbrar. Cada vez que me despedía de mi hija era como si recibiese una patada en el estómago. Era más que eso, era un golpe directo a mi alma. Una patada en el estómago dolía menos. Esto tocaba lo más profundo de mi ser y despertaba toda clase de malos sentimientos en mi.

Era algo que estaba enquistado, una herida y una marca que me iba a acompañar durante años. Como era lógico mi hija no era consciente de eso y hasta el último segundo que estaba con ella lo disfrutaba. Ella era feliz y seguiría siendo así, no tenía que saber nada más. Cada uno tiene que luchar con sus fantasmas y yo no iba a exteriorizar nada que le pudiese perjudicar. En cuanto me separaba de ella me invadía una tristeza indescriptible. Era tan fuerte que inmediatamente la tenía que atajar ya que en ese momento sentía que me volvía demasiado vulnerable.

La mejor manera que tenía para atajar esa situación era estando solo y librando una lucha interna en la que poco a poco se iba imponiendo la tranquilidad y el sentido común. No era fácil ni sencillo pero en cuestión de horas llegaba a la conclusión de que no podía hacer nada. Aunque los cinco primeros minutos eran horribles. No me considero una persona violenta pero en esos momentos me hubiera partido la cara con cualquiera. Por suerte tenía recursos para hacer frente a eso.

Lo que me indignaba como ya he dicho, era que durante muchos años iba a sufrir esa situación y mi hija de rebote (lo cual me indignaba mucho más). Tenía que preparar mentalmente unos días antes a mi hija para que no sufriera cada vez que yo me iba. Recuerdo que una de las primeras veces cuando era más pequeña no le avisé y lloró tanto que no la podía consolar. Ese día eso a mi me marcó y no quería que se repitiese.

Mi hija era la que menos comprendía las cosas y menos culpa tenía. Ella era inocente y feliz. Poco a poco se tuvo que adaptar a situaciones que no deberían ser tan habituales para niños pequeños. Pero por otro lado era admirable la capacidad de adaptación que tenía y eso me enorgullecía. No me importaba quedarme solo, volver a mi casa, no tener a mi perro... ya me había acostumbrado. No era algo que me agradase hacer pero lo tenía que aceptar. Lo primero que sentía al dejar a mi hija era rabia, esta fase solo duraba un par de minutos y por mi boca salían toda clase de improperios. Lo siguiente era la indignación seguida de su amiga la resignación.

Todo esto apestaba y de eso no salía nada bueno para mí. Si me dejaba arrastrar por esos sentimientos me iba a hundir como un barco y eso no iba a pasar. Por eso las siguientes fases eran las de aceptación y asimilación. Todo este ciclo duraba como mucho un par de horas y así por la noche podía dormir sin excesivas preocupaciones.

La idea era canalizar el veneno de la mejor manera que pudiese. Aquí es donde entraba el deporte. Cada día que entrenaba mi alma soltaba un poco más de ese veneno. Tenía mucho, muchísimo y por eso tenía que librarme de él. Pero iba para largo y de momento esto acababa de empezar. Era como el que quiere escapar de una celda y solo cuenta con una cuchara. Correr era mi cuchara y el muro era el veneno. De momento la pared tenía una grieta y estaba empezando a arañar la superficie.

Pero no penséis que aunque tuviese este veneno metido en el cuerpo era una persona reprimida, enferma... Lo mantenía a raya a unos niveles mínimos. Aprendí a controlarlo y no dejaba que dominase mi vida. Era la persona que era con mis defectos y mis virtudes, eso no había cambiado.Estaba agradecido por muchas cosas y ya volvía a tener el control de mi vida. Tenía ganas de hacer cosas, viajaba frecuentemente para visitar a mi familia y amigos. Me sentía valorado en mi trabajo y por mis compañeros... Mi día a día transcurría sin sobresaltos ya que intentaba llevar una vida organizada dentro de lo que cabe.

Tanto si estaba en Zaragoza como en Mallorca me adaptaba perfectamente e intentaba disfrutar de las cosas. La mayor parte del tiempo era una persona bastante activa y mi actitud era positiva y optimista. Aceptaba mi situación con dignidad, había cosas que no podía cambiar y otras que se escapaban de mi control pero el tiempo pondría todo en mi sitio y de momento no me estaban saliendo las cosas del todo mal.Con el paso del tiempo llegué a la conclusión de que tenía que hacer como las serpientes y aunque mi cuerpo hubiese veneno no tenía la necesidad de usarlo, sencillamente solo tenía que aprender a vivir con él.