137-EL ORIGEN. MAÑORQUIN
MITAD MAÑO MITAD MALLORQUIN
Javier Sanmartín Soler


A partir del mes de Septiembre empecé a volar a Zaragoza para poder ver a mi hija. Solamente disponía de diez días al mes para visitarla y encargarme de ella por lo que los debía aprovecharlos bien. Esa situación se iba a producir alrededor de un año y medio hasta que por mi trabajo pudiese regresar a Zaragoza.
Tenía que hacer punto de cruz para poder cuadrar todo con la suficiente antelación y que los billetes de avión no se me fueran de precio. Pero una cosa tenía clara cada vez que viajaba y era que prácticamente todo mi tiempo lo pensaba dedicar en exclusiva a Mara. No pretendía que mis padres se encargaran de ella ya que tampoco era su responsabilidad, ni mi hermano aunque fuera su padrino y mucho menos mis amigos aunque tuvieran niños de su edad. Mi hija era mi responsabilidad, quería estar con ella y ella estaba deseando verme.
Pero eso no quitaba que visitásemos a familiares y amigos para que se socializara. Ella empezó en un nuevo colegio y parecía adaptarse perfectamente. Su buen carácter y que fuese tan extrovertida facilitaba enormemente las cosas.
El colegio estaba a tres kilómetros de casa de mis padres por lo que para llevarla tenía varias opciones: andar, ir en autobús, ir en coche o ir en bicicleta. Andando era demasiado trayecto para ella ya que era demasiado pequeña y se cansaría pronto por lo que tendría que cargar con ella a cuestas. Cada vez pesaba más y 20 Kg no eran poca cosa. El problema del autobús era que tampoco nos facilitaría las cosas mucho más. En primer lugar tendríamos que esperarlo en la calle un tiempo hasta que viniese y después teníamos que andar unos 10 minutos hasta el colegio porque la parada no nos dejaba del todo bien. El coche era la opción que menos me convencía y eso que hubiese sido la más cómoda de elegir. Era el de mi padre que me lo cedía con gusto, pero por la zona del colegio era prácticamente imposible aparcar.
Además existía el riesgo de tener algún golpe, o que me pusieran una multa por aparcar mal. No es que tuviera miedo de que ocurriese eso ya que llevaba muchos años conduciendo y no había tenido ningún percance, simplemente era que no me apetecía asumir esa obligación para cuatro días que iba a estar.
Por eliminación me tuve que quedar con la opción que me parecía más razonable y cómoda para mi. Esta era la de usar la bicicleta para desplazarnos. La sacaba del trastero de casa de mis padres, unos quince minutos nos costaba llegar y luego la bicicleta la podía atar junto a la verja del colegio. Para los días que lloviese o hiciese un frío excesivo quedé con mi padre en cogerle el coche y todos contentos.
Así que el primer día que pude llevé a Mara al colegio lo hicimos en bicicleta. Para que el viaje le resultase cómodo tuve que adaptar la bicicleta a sus necesidades. Ella se sentaba en el cuadro con un sillín que acoplé a este, sus pies se apoyaban en la horquilla de suspensión y sus manos se sujetaban al manillar. Yo me situaba justo detrás de ella envolviéndola, mientras pedaleaba y ella estaba encantada. Además le compré un casco que le gustaba mucho y que llenó de pegatinas. Todos los días estaba deseando ir al colegio ya que para ella era toda una aventura. Por el camino muchos niños la miraban y ella llevaba una sonrisa de oreja a oreja.
A raíz de usar la bici para llevar a mi hija al colegio me acostumbré a utilizarla para desplazarme e ir a todas partes con ella. La usaba para ir a casa de amigos y familiares, para ir de compras, para quedar en cafeterías, restaurantes, etc... y no me costaba más de 20 minutos llegar a cualquier punto de la ciudad. Había días que hacía más kilómetros en bici que corriendo y acababa reventado.
Los primeros viajes no daba abasto de las cosas que tenía que hacer y apenas tuve tiempo para entrenar. Tenía que tener todo por duplicado en Zaragoza y en Mallorca para poder llevar la misma vida tanto en un sitio como en el otro. Poco a poco pude recuperar parte de ese tiempo ya que con los viajes no tenía tantas tareas que realizar ni compromisos que atender.
Entrenaba lo mismo estando en un sitio que en otro, si tenía que viajar un día entrenaba por la mañana en Mallorca y por la tarde en Zaragoza sin que me afectase. Solo era cuestión de organizarse. Lo peor que llevaba era volver a la isla después de haber estado un tiempo con mi hija. Cada vez me costaba más despegarme de ella y los primeros días en Mallorca se me hacían duros. Tenía muchísimo tiempo libre para poder entrenar ya que solo tenía que trabajar. De vez en cuando compraba y limpiaba. Aprovechaba para aumentar la duración de los entrenamientos corriendo ya que cada vez tenía que hacer más cantidad de kilómetros y de horas semanales. A esas alturas del año el calor ya no era excusa para poder correr durante más tiempo.
También echaba de menos era a mi perra Lana que desde que empecé a viajar mis padres se hicieron cargo de ella. No me había separado de ella en 11 años y la extrañaba. Pero lo que no estaba dispuesto era a condenarla a la soledad de estar en un piso demasiadas horas sola. Ella ya se había acostumbrado a la compañía y me parecía injusto que por mi egoísmo tuviera que estar así. Era un buen animal y se había ganado con creces poder disfrutar de la compañía que yo en esos momentos no le podía dar.
Mis padres se ofrecieron a cuidarla y eso era lo mejor para ella. Además yo sabía que iba a estar mejor atendida estando con ellos que conmigo. Yo estaba obligado por las circunstancias el animal no y no la iba a arrastrar conmigo. Con esto no quiero que parezca que Lana sobraba en mi vida ya que era parte de mi familia y la quería.. Solo era provisional y cada vez que volvía a verla ella se alegraba tanto de verme como cuando era un cachorro.
Me acostumbré a volar, a ver la ciudad de Zaragoza desde el aire y podía distinguir perfectamente por donde salía a correr. Cada vez que llegaba o salía de Zaragoza, me daba cuenta de que visto desde el aire el recorrido era ridículo, por muy largo que fuese. Con tantos viajes había días que no sabía muy bien donde estaba, si en Zaragoza o en Mallorca y al despertarme por la mañana me costaba unos segundos situarme.
En Mallorca trabajaba y entrenaba y en Zaragoza cuidaba de Mara y también entrenaba. Llevaba tanto tiempo corriendo por los mismos recorridos que si cerraba los ojos podía recordarlos perfectamente. Daba igual que estuviese en uno u otro lugar, a veces incluso mientras corría en un sitio recordaba el otro y era como si me transportase. Lo hacía para entretenerme y mantener ocupada mi mente durante un tiempo. Era como un juego en el que parecía que estuviera viendo una película.