133-EL ORIGEN. EL VENENO

HAY COSAS QUE CUESTAN DIGERIR

Javier Sanmartín Soler

Por mucho que corría había días en los que tenía la sensación de que mi interior estaba lleno de veneno. La rabia se había instalado silenciosamente dentro de mi. Había pasado ya tiempo aunque no el suficiente y me había vuelto a acostumbrar a estar solo. La verdad es que en ese sentido estaba bien, pero existían días malos en los que podía escupir fuego por la boca.

A veces cuando corría y sabía que no había gente cerca gritaba de rabia. Otras veces, cuando iba en moto también lo hacía para desahogarme. Solo necesitaba unos segundos para hacerlo y funcionaba. Podía gritar una, dos o tres veces seguidas con toda la fuerza que me era posible. Cuando lo hacía sentía como si de mi boca saliese un fuego que mi cuerpo no podía controlar. Después de hacer eso ya me encontraba mejor.

Nadie sospechaba de la carga emocional que tenía que soportar. La idea era no pensar en exceso. Cuando trabajaba estaba entretenido y no pensaba, cuando libraba intentaba estar ocupado y así tampoco pensaba mucho. Pero cuando corría tenía horas y horas por delante para pensar en mis cosas.

Antes de acostarme hacía un balance del día y era inevitable que pensase. Era entonces cuando el veneno afloraba por mis venas. Por mi cabeza pasaban miles de cosas a las que intentaba buscar una explicación sin que finalmente pudiera encontrar. Correr hacía que la presión a la que estaba sometido se redujera y que no explotara.

Había una cosa que constantemente rondaba mi cabeza, jamás iba a entender y era: “No se abandona a nadie”. Esta frase estaba frecuentemente rondando mis pensamientos e incluso en algún momento me atormentaba. Cuanto más lo pensaba, menos lo entendía y más me frustraba. Toda esa frustración se traducía en horas y horas de correr, pensando que el cansancio físico acabaría con ella, pero apenas lo notaba. Necesitaba correr más ya que llevaba un tiempo acomodado. Cuando digo que llevaba un tiempo acomodado me refiero a que era consciente de que corría frecuentemente y que cada mes me estaba superando, pero en el fondo sabía que tampoco estaba sufriendo y cada vez asimilaba mejor el entrenamiento.

Había días que se me hacían cuesta arriba sobre todo gracias a la presión que ejercían en mi persona. Si nadie me incordiaba yo era feliz lidiando con la vida que llevaba. Estoy seguro de que de no ser una persona bastante estable lo que habría ocurrido podía haber terminado de una manera mucho peor. Pero lo habitual es que lo que mal empieza mal acaba. Estas cosas o te hacen más fuerte o te hunden en la miseria.

En ese aspecto me consideraba que era más fuerte de lo que la mayoría de las personas son y aunque me habían dado un zarpazo y me habían abandonado a mi suerte, no estaba desahuciado y tampoco yo había dicho mi última palabra. No iba a permitir que lo que me había pasado me afectase tanto como para no levantar cabeza. Aunque reconozco que vivir una cosa así alteraba el equilibrio de cualquiera.

El veneno que tenía dentro de mi me iba a costar años sacarlo. No se ni cuando ni como lo haría, pero estaba convencido de que lo conseguiría. De momento lo utilizaba para anular la sensación de fatiga y de cansancio que producía el ejercicio físico en mi cuerpo y más o menos funcionaba.

Por delante me esperaban dos años largos hasta que finalmente pudiera volver a Zaragoza. Tenía mucho tiempo por delante y no quería nada más que tranquilidad. No me daba miedo emprender el camino que tenía que recorrer, poco a poco lo haría solo era cuestión de organizarme y en eso ya era todo un experto.