121-EL ORIGEN. LOS DOS LIMONES
MENUDA PAJARA
Javier Sanmartín Soler


Físicamente me encontraba bastante fuerte. Llevaba unos meses entrenando concienzudamente y mi cuerpo se adaptaba bien a los cambios. Un día entrenaba por la mañana, otro por la tarde, un día podía correr solamente 12 Km y otro día hacía 30 Km. Con calor, frio, lluvia, viento, etc... no había excusas para no entrenar. Además el clima de Mallorca era bastante bueno en general, comparado con la península.
Cada vez que salía a correr me encontraba cómodo y confiado. Pero uno de esos días sucedió algo con lo que yo no contaba y que me hizo replantearme algunas cosas. Se me juntaron varias cosas a la vez y me dio una pájara.
La primera cosa que hice mal fue que ese día ignoré la alimentación. Los días que trabajaba de mañanas tenía que comer en el trabajo, para luego poder aprovechar mejor el tiempo. Ese día comí demasiado poco.
La comida la tenía que preparar el día anterior y aunque me daba algo de pereza, tenía que hacerlo porque si no comía no podía entrenar en condiciones. El caso es que ese día comí lo justo y para entrenar tenía que haber ingerido una mayor cantidad de comida.
Lo segundo que hice mal ignorar el cansancio. Los días que trabajaba de mañanas como es lógico tenía que madrugar y cuando terminaba de trabajar me encontraba agotado. Dormía bien, pero cuando no tenía a mi hija en casa, mi cuerpo se conformaba con dormir menos horas de lo normal.
La tercera de las cosas que pienso que me pasó factura fue el calor. No es que hiciese ese día una temperatura extremadamente elevada, pero a las tres de la tarde el calor se empezaba a notar.
Con todo esto en cuanto llegué a casa después de trabajar me fui a correr. El entreno programado era de unas dos horas y al principio discurrió sin incidentes reseñables.
Pero cuando me quedaban unos tres kilómetros para finalizar, mi cuerpo experimentó un bajón repentino. Fue cuestión de segundos lo que tardó mi organismo en bloquearse sin previo aviso y tuve que parar agotado.
Al momento sabía que estaba experimentando un bajón. No era la primera vez en mi vida que me sucedía esto, ni sería la última. Necesitaba “gasolina” urgentemente, en forma de comida o algo de bebida para poder continuar. Lo malo era que aunque supiera lo que me sucedía, no disponía de nada que tuviera a mano con lo que lo que pudiera ayudar a mi cuerpo a reponerse. Si no encontraba nada me iba a tocar caminar hasta casa.
Levanté la vista para ver si podía encontrar algo que me ayudase. Estaba en una zona que conocía perfectamente por donde había árboles frutales en varias parcelas de la zona. Por suerte para mi, de una de esas parcelas había un limonero del que de sus ramas salían limones hasta prácticamente la carretera por donde yo pasaba.
Sin pensarlo dos veces alargué el brazo para coger la rama. Había un buen manojo de limones por lo que pude escoger dos que estaban maduros y que eran de buen tamaño. La finca estaba algo descuidada y tenía varios limoneros. Supuse que al propietario no le importaría que cogiese dos. Se trataba de una urgencia.
Lo siguiente que hice después de arrancarlos fue usar una de las llaves de casa que llevaba encima (concretamente la del trastero), para usarla a modo de sierra para abrir uno de los limones. Tenía buena pinta y parecía apto para consumirlo allí mismo. Sabía que el sabor sería bastante ácido pero estaba tan fundido que me hubiera bebido cualquier cosa que me hubiera dado algo de energía.
El jugo del limón entró en mi boca y al momento sentí como todo el sabor ácido. Mis dientes se pegaron como si hubiera tomado pegamento líquido, era una sensación bastante desagradable. Al tragar sentí que aunque no tuviese muchas calorías me iba a proporcionar la fuerza que me hacía falta. El sabor era intenso y dulce. Cuando ya no quedaba más caldo en el limón, me comí el interior sin desperdiciar nada.
Luego le tocó el turno al segundo limón, el procedimiento fue igual que con el primero. Al finalizar mis dientes estaban pegados y no podía moverlos desplazando la mandíbula. Era una sensación extraña y no muy placentera que duró un rato, pero yo no estaba para muchos miramientos.
El alimento que había tomado disponía de las suficientes calorías como para empezar a correr de nuevo. Seguía con la reserva encendida, solo necesitaba aguantar quince minutos más hasta llegar a casa sin que mi cuerpo se resintiese de nuevo.
Mis manos estaban pegajosas y mi cuerpo entumecido. Correr así suponía un esfuerzo pero era mejor que pararse y abandonar por lo que decidí continuar hasta la seguridad del hogar. Al correr así me sentía pequeño, débil, vulnerable y expuesto.
En esos momentos no disfrutaba mucho de correr. Solo pensaba en llegar a casa, comer algo y reponerme. No podía pensar en otras cosas ya que en esos momentos mi cabeza tampoco funcionaba con normalidad y me costaba concentrarme. Al llegar hice lo que pensaba y pronto recuperé la energía.
Los dos limones me habían salvado e hicieron que me replanteara algunas cosas a la hora de entrenar. La principal fue recordarme que tenía mis limitaciones y aunque estuviese entrenando bien no me podía fiar ni un solo segundo y relajarme. Si hacía algo mal lo iba a pagar como me pasó ese día. Por suerte solo fue un entrenamiento y de todo se aprende.