103-EL ORIGEN. LA CASILLA DE SALIDA
HAY QUE VOLVER A EMPEZAR
Javier Sanmartín Soler


La mayoría de las personas conforme van cumpliendo años intentan llevar una existencia tranquila y sosegada. Es lo que tiene hacerse mayor y madurar, lo normal es querer vivir sin sobresaltos. La tranquilidad a unos les llega antes, a otros más tarde, a unos les llega sin merecerla y a algunos por mucho que la buscan jamás la encuentran. Cada uno la busca a su manera y no hay ninguna formula exacta para todos. Sin embargo a veces sucede que cuando uno piensa que ya la tiene, se relaja equivocadamente. La vida, los acontecimientos o las personas pueden cambiar y lo que uno ha conseguido crear a base de años se desmorona en segundos como un castillo de naipes.
En estos casos poco importa lo que hayas trabajado, los esfuerzos que hayas realizado y los sacrificios que hayas hecho. Las desgracias en el mundo suceden más de lo que pensamos, otra cosa es que nos afecte a nosotros y es por eso que pronto las ignoramos. Cuando algo se derrumba hay que volver a construirlo y no hay que lamentarse en exceso puesto que no sirve de nada. A veces los infortunios suceden sin más, sin tener nada en cuenta y todos estamos expuestos. Es fácil decirlo pero hay que recomponerse lo antes posible y volver a empezar. En fin... las cosas hay que aceptarlas como vienen.
Esta historia se remonta al día 27 de diciembre del año 2015 cuando regresaba en avión a Mallorca que era donde residía y trabajaba. Recuerdo que volaba pegado a una ventanilla junto al ala del avión. Veía las nubes tan de cerca que parecían flotar y era algo hermoso de ver. Lo que pasaba es que mi cabeza estaba en otras cosas y no pude apreciarlo. En esos momentos mi mente estaba saturada y repleta de preocupaciones.
Unos días antes había recibido un buen palo en forma de ruptura que aun trataba de asimilar. Pero eso requería tiempo y no había pasado mucho. Menos mal que soy una persona centrada y pude encajarlo bien. Puesto que fue un golpe traicionero y no todo el mundo lo hubiese asimilado como yo lo hice. Aun con todo había una mezcla de sentimientos que invadían mi cuerpo. Sobre todo predominaban la rabia, la impotencia y la decepción. Era como si me hubiese metido en una pelea sin buscarla y encima llevaba las de perder.
Además tenía la sensación de estar huyendo sin haber hecho nada malo. Pero por jodido que estuviese tenía que recomponerme pronto ya que el mundo no se detiene y tenía que cumplir con mis obligaciones.
Tenía una hija de tres años que era lo más importante. Su pelo era rubio, media melena, cara de pilla y estaba llena de energía. Le gustaba ir al colegio, pintar y jugar al escondite. Era nerviosa y era incapaz de estarse quieta más de dos minutos salvo cuando veía los dibujos o dormía. Parecía al dibujo animado del demonio de Tasmania ya que era como un torbellino y por donde pasaba todo lo arrasaba. Tenía un carácter agradable y casi siempre estaba sonriendo. Y eso iba a seguir siendo así ya que papá se iba a encargar de que la infancia de su hija transcurriera con toda la normalidad y felicidad que pudiese proporcionarle.
También tenía una perrita que era nuestra mascota. Se llamaba Lana y era de tamaño mediano. Pertenecía a la raza gos d´atura y la había recogido ocho años antes en un refugio de la isla. Era de color crema, de pelo suave para acariciarla y pesaba unos 10 kilos. Su carácter era noble y cariñoso. Pero también era inquieta y obediente. Cuando llevaba el pelo largo parecía una oveja y le encantaba tumbarse al sol en la terraza de casa y dormir. Su relación con mi hija era buena y siempre estaba pendiente ya que era pequeña y la conocía desde que nació.
A mis 37 años tenía que empezar desde cero y no era una situación agradable puesto que era algo que yo no había buscado sino que fue algo impuesto y que no tuve más remedio que aceptar. Pero con una niña pequeña no iba a tener mucho tiempo para lamerte las heridas. Cosa que es lo mejor que me podía pasar.
Bajé del avión ensimismado en mis pensamientos, me dolía la cabeza de tanto pensar.
Mi situación era complicada y anímicamente estaba hundido. Los siguientes días no fueron muy buenos ya que no tenía ganas de hacer nada pero cuando comencé a trabajar inevitablemente tuve que espabilar y recomponerme. Económicamente apenas tenía dinero en la cuenta bancaria y mis recursos habían mermado bastante. Ahora ya no disponía de coche y solo tenía una moto para desplazarme. Menos mal que por lo menos tenía un techo propio y eso me daba cierta tranquilidad. Tenía que organizarme en función de mis horarios para poder llegar a todo.